miércoles, 13 de enero de 2016

Niño, soy y sigo siéndolo.




Mis ojos de niño olvidado
sangran luces vencidas entre las lágrimas.
Se duermen lentamente,
despojados de ambiciones de adultos,
se quiebran en ilusiones y desatan tempestades
de risas,
al ver cómo un pájaro caza a una orquídea.

Mi niño, el que abandoné hace años y años
me dejó de herencia una infancia dentro del pecho,
cajón más errante que certero,
en sus latidos y sollozos de viejo.
La boca de mi niño canta y se abraza a una voz adulta,
una voz que desdeña a cada minuto
embarcado en la incesante tarea de la búsqueda del alma,
alma que el fuego de la adultez incineró.
Mas como ese pájaro que revive entre las cenizas,
mi niño, el que creía muerto,
nació con más fuerza dentro de mi cabeza,
y me ordena,
y me implora
y me ruega,
que siga siendo éste adulto, este fantoche-quizá- para el mundo,
que insiste en ser uno,
uno con aquel niño que me guía el timón de la conciencia.